viernes, 7 de enero de 2011

Un relato corto: REENCUENTRO INESPERADO


Cuando llegué de nuevo al despacho, por impulso pregunté y, efectivamente, Alberto acababa de llamar. Motivo más que justificado para devolverle la llamada. Después de unos segundos de espera, la secretaria me pasó con él.

-No llamaba por nada en concreto; por nada especial- me contestó. Sólo quería charlar. Ayer pasé un rato muy agradable. Hacía tiempo que no me sentía tan relajado y a gusto...hacía mucho tiempo.

Pensé en darle las gracias. Deseché la idea por parecer presuntuosa y decidí sencillamente decirle que compartía la sensación. Y es que era realmente así. Y comenzamos a hablar de nuevo de nosotros; nuestro pasado tenía fracasos de un curioso paralelismo; y nuestros proyectos de futuro tenían muchas similitudes. Entonces una intimidad de confidencias, de ilusiones, surgía de forma natural y espontánea.

El tiempo pasó sin apreciarlo. Y nos sorprendimos de nuevo, después de una hora y media, olvidados del trabajo y del resto del mundo.

- Apunta mi teléfono directo: 91 5221825. Y mi móvil: 609 456532- me dijo de pronto ¿tendrías inconveniente en darme el tuyo?. Me gustaría hablar contigo más a menudo. Me siento tan a gusto.....

En ese momento mi estómago pareció retorcer sus paredes. Una sensación que creía olvidada y me devolvió a un tiempo que pensé no volvería a vivir.

En mis conversaciones comerciales solía se bastante escueta. Eran diálogos correctos, pero normalmente impersonales. Sin embargo su voz, familiar, me había resultado agradable, cordial y me había encontrado más que cómoda.

Cuando colgué el teléfono me vinieron a la mente los momentos que había vivido en aquella comarca de la que compartíamos recuerdos, allá cuando la adolescencia se anunciaba de pronto con el primer sobresalto del corazón y la primera escapada a escondidas. Era un valle de los que lucen mil colores en otoño, antes de que el invierno transforme en transparente al monte. El pueblo, no muchos más de seis mil habitantes, tenía un núcleo de casas de buena y sólida construcción alineadas en dirección a la Iglesia por un lado y al Ayuntamiento en la otra. Tres tabernas de esas de barra y ultramarinos se salteaban en escasos doscientos metros. Yo solía ir algunos viernes en que quedábamos un par de amigas y yo a comer pipas y reir a carcajadas mientras mirábamos de reojo a lo muchachos que pasaban pavoneándose ante nosotras, al pié del monumento al soldado desconocido. Cuando nos llegó el momento de la Universidad se fueron distanciando los viernes, y las pipas y las miradas de refilón hasta que los paseos por Bárdenas quedaron en un lejano y cálido recuerdo, como ahora. Había regresado allí varias veces al año desde entonces y en todas ellas la memoria me traía escenas amables, cálidas y cercanas.

Fue imposible llegar a casa como todos los días. Tenía que ser diferente mi expresión porque me sentía también diferente. En ese momento me di cuenta que llevaba mucho tiempo, quizás años viviendo sostenida por una aburrida inercia, tan solo rota por la alegría de mis hijos o la preocupación por su salud y educación.

En los últimos años había perseguido vivir día a día con serenidad de ánimo. Y esa calma, ese equilibrio, me había permitido analizar objetivamente mi vida, el porqué de cada uno de mis errores. Había logrado diseccionar mi trayectoria vital hasta el punto de verla como algo ajeno a mí, alejarla hasta que no me dolieran las heridas. Había proporcionado mis sentimientos, organizado mis prioridades como una medicina contra mi sentimiento de fracaso y de insatisfacción.

Pero hasta entonces no había existido una reflexión sobre mi vida personal, única, íntima, la que no está ligada a nada más que a mí misma. Mis deseos, mis aspiraciones, mis ambiciones, lo que me llenaba de ilusión y alegría; lo que me hacía sentir bien y cómoda; lo que esperaba hacer de mi existencia.

¿Por qué ahora me empezaba a sentir diferente?¿Por qué comenzaba a plantearme lo que quería yo sin que hubiera nadie a mi alrededor implicado en mi deseo?. Sentía que empezaba a despertar de un largo letargo o a ver el horizonte llegada por fin la cumbre de una gran montaña. Y respiraba hondo, consciente del oxígeno en mis pulmones. Y por eso las ultimas noches de duermevela me alteraban especialmete. Temía que la invulnerabilidad que había alcanzado se fuera perdiendo como los efectos de una pócima mágica.

Y sabía muy bien por qué. Esa voz, su voz, perturbadora de mi inexpugnable alma, retumbaba en mis sienes cada noche. Mi tendencia natural a racionalizarlo todo me empujaba a desoír mi instinto. No podía pensar en alguien con apenas un rostro, no podía alterar mi organizada vida alguien tan lejano, tan ajeno. Y, sin embargo, su solo recuerdo me provocaba una sonrisa y un calorcito en el estómago. Me rebelaba contra ese sentimiento indefinido, ilógico, nuevo....pero real que, pese a todo, me hacía sentir bien....más viva.

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