sábado, 20 de marzo de 2010

YO ME CONFIESO


Si hay algo que se aprende con los años es a conocerse e incluso a aceptarse. No es fácil. La reflexión sobre uno mismo exige un esfuerzo de sinceridad y de humildad muy costoso aunque necesario. Ser capaces de vernos desnudos, sin adornos, tal como somos en verdad. Y también valorar lo que queremos ser. Yo, lo confieso, lo he hecho y no siempre me ha gustado.

Cuántas veces he aceptado como merecido lo mucho que la vida me regalaba. Por simple vanidad.

Cuántas veces he confundido halagos con admiración. Por simple vanidad.

Cuántas veces he creído injusta una derrota cuando era sólo resultado de mi incapacidad. Por simple vanidad.

Ahora sé que mucho de lo que tengo y de lo que soy en realidad no me pertenece. Sólo es resultado del destino, de oportunidades, del entorno. Destino caprichoso, oportunidades aprovechadas y entorno favorable.

Ahora soy consciente de la fortuna y del infortunio; de la miseria humana y de su grandeza; del engaño y de la franqueza.

Ahora veo que puede ser complejo lo que parecía sencillo y no entender nada de lo que suponía transparente.

Ahora me conozco más. Porque, despacito, voy abandonando la vanidad de creerme mejor, más valiosa, con más derecho.

Me sigo equivocando; pero me cuesta menos rectificar

Me sigue doliendo la mentira; pero me ayuda a encontrar la verdad

Me sigo sintiendo fuerte y capaz; pero sabiendo que soy vulnerable

Y lo mejor de todo es que sigo soñando; sigo creyendo en la vida y en mí.