miércoles, 27 de marzo de 2013

NUBES EN EL CIELO I

Ese día amaneció nublado, con unas nubes amenazantes por el negror y la proximidad. Por un momento, mientras tomaba mi café matutino, ese que disfruto como ninguno, pensé en dejar para más avanzada la mañana el paseo con Gordon. No me atraía nada la idea de tenerme que abrigar tanto, llevar paragüas mientras él olisqueaba por todas las esquinas del parque.  Pero mi miró con esos ojos suplicantes como si supiera con certeza los derroteros de mis pensamientos y me rendí.

-No te preocupes, Gordon. Que sí, que enseguida salimos. Anda, ve a buscar la correa!!.

Demostrando ser un perro bien adiestrado, salió del salón donde yo disfrutaba de los últimos sorbos para volver pocos instantes después con la correa en la boca. Se tumbó desplomándose sobre la alfombra levantando la mirada de vez en cuando esperando mi señal. Ésta no tardó y él, como movido por un resorte, se levantó inmediatamente para correr directamente a la puerta.

-¡Qué pereza!- dije en alto, como si esperara que mi golden me liberara de la salida que parecía incomodarme tanto. Sin embargo recogí mi abrigo del perchero; me puse el sobrero de agua como mejor alternativa al engorroso paragüas y abrí la puerta.

En el rellano me encontré con el vecino del piso de arriba. Como buen madrugador ya vendría de la calle con el café tomado y la prensa ojeada. "Que no se enrolle, por favor", pensé para mí, como en un conjuro. No, no dijo más que un correcto "buenos días" y siguió subiendo las escaleras mientras yo presionaba el botón para llamar al ascensor. "Yo también debería usar más las escaleras"-seguí pensando. Pero ni Gordon ni yo nos movimos de delante de las puertas del ascensor. 

En la calle no hacía tan malo como sospechaba desde la ventana del salón. La temperatura, aunque no era cálida, me permitía pasear sin abotonarme el abrigo. "Qué bien, no me gusta nada sentirme prisionera en un abrigo". Crucé la calle que me llevaba directamente al pequeño parque frente a mi edificio. 

Aún quedaban un par de semanas para la primavera pero ya empezaban a verse los primeros brotes en los árboles y los jardineros municipales ya habían plantado flores de mil colores en los parterres solitarios del invierno. Comencé a alegrarme de no haberme dejado vencer por la pereza. El parque estaba animado; había gente sentada en los bancos; jóvenes lanzados a eso del deporte urbano; mamás y papás empujando sillas de bebés y otros, como yo, paseando a sus perros. 

Gordon es un perro muy tranquilo y disciplinado; raramente reacciona con otros perros ni altera el ritmo del paseo que impongo yo. Sin embargo, de repente, dió un fuerte tirón que me pilló desprevenida. Se lanzó a la carrera a toda velocidad con las orejas hacia atrás y el rabo horizontal como si fuera un timón. Incapaz de reaccionar decidí soltar la correa y enseguida me quedé atrás mientras Gordon corría y corría. A lo lejos el ví parar, justo al lado de la fuente donde un señor esperaba pacientemente que su perro bebiera del agua que rebosaba de la balsa inferior.

A medida que me acercaba notaba mi enfado cada vez más evidente. "¡Qué demonios le pasa a éste!. ¡Con lo que me ha costado salir de casa con este día!.¡Cuando le pille se va a enterar!.¡Casi me disloca el hombro!". Y así, refunfuñando, llegué justo al lado de la fuente donde estaba Gordon, el señor y su perro. Antes de que alcanzara a coger la correa que arrastraba entre las patas el señor se agachó, la recogió del suelo  y me la entregó extendiendo la mano. Cuando me disponía a darle las gracias descubrí una mirada que ya conocía. Los ojos no parecían los mismos, pero la mirada era "su" mirada. La sorpresa se mezcló con el recuerdo, con la alegría y después con la nostalgia, la melancolía para acabar con la rabia y la pena. 

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