lunes, 7 de octubre de 2013

MAÑANA NO RECORDARAS NADA. Parte II

Cuando llegue a casa apenas empujé la puerta con el pie para cerrarla, corrí a mi habitación. Allí, en el último cajón del "chifonier", al fondo, conservaba una copia de aquella carta que le envíe. La guardaba para leerla y releerla cada noche tiñendo su papel con nostalgia salada. Esa rutina, como un ceremonial, me permitía soltar lastre, perder un cachito de pena en cada lectura, dar un paso que me alejara de aquel punto.
Me senté en una esquina de la cama y la abrí con cuidado, lentamente, como intentando evitar que las palabras se liberaran de la cárcel de su tinta.




Querido Antonio:
Ya ves que vuelvo aquí, donde empezó, todo. Un simple trozo de papel. No es que no sea capaz de decirte todo esto mirándote a tus ojos indiferentes. O que tu mires los míos llenos de lágrimas. Lo hago porque quiero cerrar este capítulo de mi vida tal como se abrió. 
No puedo cambiar; no quiero. Pensé que era "ella".  Esa para la que tenías tu primer pensamiento de la mañana y el último de la noche. Aquella con la que lo malo sería menos malo y lo bueno infinitamente mejor. Que sería tu confidente y tu consejera, a la que no le ocultarías ni tus sentimientos, ni tus preocupaciones, ni tus miedos, ni tus proyectos ni tus ambiciones porque todos los compartiría contigo. Dejarían de ser tuyos para ser de los dos. Pero no.

Y no puedo cambiarte; no quiero. Tu no das sin antes de recibir. En tu vida no hay hueco para la compañía, para el abrazo, para la mirada salvadora, para el consuelo tuyo y mío. Tu mundo es solo tuyo y en él no hay cabida para la complicidad pero será una trampa para ti también. Porque eso genera incertidumbre, recelo y desconfianza entre los dos. Siempre. Y si el amor tiene sangre esa es  la fe en el otro por encima de todo. 

No sé si se puede aprender a querer. Ni tampoco si hay gente capaz de querer siempre o incapaz de querer en toda su vida. O tal vez es algo que sólo nace cuando encontramos a la persona adecuada. Tal vez no sé quererte; no sé entenderte. Lo que sí sé es que yo he querido, profundamente, y estoy segura de que volveré a hacerlo. 

Debo ver las experiencias como un bien en sí mismo, incluso aunque sean experiencias que duelan. Sólo así podré asumir las consecuencias de mis decisiones con total conciencia. 





Un beso suspirao. Para siempre.



Ahora, inexplicablemente, inesperadamente, mis  palabras estaban viejas. Debían mudarse a otro lugar donde todo era más luminoso y primaveral. Porque todo cambió aquél día; aquél jueves en que él dijo "te quiero" como si fuera el primer "te quiero" que soplaba el viento







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