lunes, 14 de febrero de 2011

AL CALOR DEL HOGAR


La mirada se me quedó clavada en la llama; y pasó no sé el tiempo...Era una llama enérgica, poderosa, de un rojo intenso, como las brasas en que se convertía el grueso tronco de roble que reposaba resignado en el lecho de la chimenea. Me inundó una sensación de serenidad, de sosiego, de placidez. Seguramente mi gato compartía al menos parte de mis emociones porque suspiraba y ronroneaba alternativamente al ritmo de mis caricias mientras dormitaba tumbado en mi regazo. Un café cargado ahumaba sobre la mesa, junto al libro que apenas había comenzado a leer.

De repente mis ojos se desviaron al ventanal donde la lluvia golpeaba con fuerza impulsada por un viento que soplaba a ráfagas. Un escalofrío me recorrió el cuerpo estremecida por la sensación de abrigo al calor del fuego, protegida de las inclemencias, con la simple compañía de mi gato, un libro y un café.

Ese momento paraba el mundo, mi mundo. No existía el tiempo. Se evaporaban los problemas, las tensiones, los sobresaltos...nada de eso ocupaba mi pensamiento, limpio y claro ahora. Sólo el crepitar de las llamas y el profundo respirar de mi gato rompían el rítmico sonido de las gotas golpeando el cristal. La semioscuridad del atardecer al otro lado del ventanal convertía en extrañas sombras los frondosos árboles del jardín que con la luz del día me protegían maternalmente del sol. La penumbra del interior desparecía intermitentemente por el parpadeo de la hoguera. Todo a mi alrededor se transformaba en un nuevo escenario, un escenario mágico, un paraíso donde sólo reinaban duendes y hadas.

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