domingo, 13 de diciembre de 2009

EL SALTO DE LA PULGA


Mucho de lo que había esperado en la vida estaba ahora esperándome al otro lado de la puerta. Aquella puerta de madera oscura y agrietada, con manecilla de un dorado viejo y olor reciente a barniz.

Sabía muy bien lo que sus ojos me iban a decir al cruzarse con los míos. Nada de lo que sintiera iba a sorprenderme porque lo había vivido en mi mente cientos de veces. Era este un encuentro ansiado durante largo tiempo, el corolario de una relación de voces, sentidos desconocidos y pensamientos. Eramos dos desconocidos que se conocían profundamente. Habíamos aprendido a entendernos a distancia y a acariciarnos con los susurros de la voz.

Toda la mañana, aquella mañana, había trancurrido acortando esa distancia hasta llegar a este momento. Me daba la sensación de que se oía el palpitar de mi corazón con la misma intensidad con que yo lo sentía. Y mi puño golpeando la puerta buscaba en secreto acallar su latido. Los pasos acercándome, el ronco sonar del pestillo, retumbaban en mi pecho. Y la puerta, aquella puerta hasta entonces cerrada, finalmente comenzó a abrirse despacio, desesperadamente despacio.

2 comentarios:

J. Manuel Muñoz dijo...

La desesperante lentitud en la llegada de lo ansiado, la vertiginosa rapidez con la que pasa lo conseguido. Que difícil es tener esa sabiduría, siempre buscada, para saber marcar el "ritmo" de las cosas. Agarrar lo hermoso con fuerza y hacer hermosura del vivir, del día a día, de lo evidente y de lo desconocido. Las puertas como las decisiones un "si" dentro de un "no", un "no" dentro de un "si"....

Me llaman de todo.. dijo...

Sin palabras.
He ido tomado aliento según leía, viendo como poco a poco esa puerta se va abriendo..
Enhorabuena Doña.