Intolerancia, corrupción e incompetencia. Estos son los
pecados de la clase política española
que la sociedad arrastra como bolas de preso atadas al tobillo. Son males que no están generalizados pero cuando se producen combinados y en tiempos difíciles tienen consecuencias
profundamente dañinas para el país en su conjunto.
La mayoría absoluta tendrá algunas ventajas (no siempre
las encuentro) pero tiene un gran defecto. Y es que tiende a la arrogancia y la
prepotencia de sus poseedores. Y esas son posturas difícilmente compatibles con la
capacidad de negociar y de acordar que la ciudadanía y el sentido común consideran necesarias en los tiempos actuales. Se instala la intolerancia.
La picaresca en algunos casos, la ambición sin escrúpulos en otros y directamente las
corruptelas en muchos de ellos han convertido a la clase política en una especie
de enemigo de la ciudadanía, muy lejos
del servicio público que debe presidir toda acción política. En España hay en torno a trescientos procesos abiertos a cargos públicos por algún tipo delito. Se extiende la corrupción
Los graves problemas que esta sufriendo la economía y que
trascienden a la sociedad en forma dolorosa, con incremento de pobreza, perdida
de derechos y mayores desigualdades no acaban de encontrar solución donde
necesariamente deben tenerla que es en los Gobiernos. La sociedad percibe la situación como fruto
de una incapacidad política para dar salida a sus problemas, cada día más acuciantes. Se manifiesta la
incompetencia.
En una situación critica como la que vivimos estos
pecados son percibidos si cabe con mayor gravedad. En cuestiones vitales para un país
como la recuperación económica, el sistema educativo y sanitario, la financiación y la
fiscalidad, la estructura del Estado....los
acuerdos entre los partidos políticos no
sólo son aconsejables sino imprescindibles si se quieren resultados sólidos y
duraderos. Que los ciudadanos vean en
los responsables políticos limpieza, compromiso, responsabilidad y
honestidad es absolutamente necesario para ganarse respeto y credibilidad. Pero ademas deben ser capaces de defender los
intereses de los ciudadanos a los que se deben; que haya una correspondencia entre lo que se ofrece y lo que se ejecuta, por encima de presiones,
réditos políticos, intereses de partido o influencias de cualquier otro tipo: el bienestar del país debe ser el principal
objetivo. Y ese bienestar es incompatible con la intolerancia, la
corrupción y la incompetencia.
Los partidos que gobiernan, tanto a nivel regional como nacional, deben ser los gerentes no sólo de la economía sino también de esta "regeneración ideológica". Sólo cuando se reconozcan esos pecados y se haga propósito de enmienda los políticos dejaremos de ser un problema para empezar a ser la
solución. Sólo entonces se comenzará a iluminar el final de túnel.
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