sábado, 13 de febrero de 2010

AMANECER JUNTOS


Desde aquel día en que recogió su guante caído al pié del tranvía no había podido olvidar aquellos ojos. Unos ojos que le habían dado las gracias, le habían sonreído, le habían enamorado.
Volvió a diario a aquel lugar, a aquella hora, esperando volver a encontrarlos y disfrutar de su brillo y su profundidad. Tuvo que servirse de su paciencia y tesón porque tardó mucho en conseguirlo. Cuando volvió a verla, con su abrigo gris y los mismos guantes negros, no se dejó vencer por la timidez. Se dirigió a ella con La seguridad y el aplomo que sólo los grandes sentimientos impulsan. Y logró ver de nuevo la sonrisa en aquellos ojos.
No fue fácil. Pero a partir de ese momento cada día su amanecer era su mirada. Muchos amaneceres; muchas miradas, unas veces brillantes, otras llenas de lágrimas.
Ahora él seguía teniendo su mirada, perdida en algún lugar lejano, desconocido. No era aquella que vió salir del tranvía. Ella no sabía quién era el que la ayudaba a caminar, el que le daba de comer y le ponía la ropa. Ella no sabía qué nombre darle a aquel hombre que seguía cogiendo su mano por la noche.
Pero su mirada seguía siendo, para él, su amanecer.

1 comentario:

Me llaman de todo.. dijo...

Hermoso Eva..
La vida misma.