Siempre me ha gustado mirar al cielo. Supongo que porque me es totalmente desconocido, no alcanzo a concebir su inmensidad. Y me crea una sensación de angustia y atracción al mismo tiempo como no me ocurre con nada más. Tal vez también lo siento con el mar, cuando el horizonte es infinito.
Cuando tenemos una noche de viento sur, cuando la brisa es suave y dulce, las luces que nos cuelgan en el techo nos recuerdan lo poco que somos, abandonados en un rincón del universo. Me lleno de melancolía, embobada mirando hacia la negrura del cielo. Y pueden pasar horas capturada por esa hermosura que encierra tantos secretos; secretos abiertos al estudio y a la imaginación en la que caben millones de años, millones de estrellas, millones de miradas. ¡Cuántos ojos han visto esto!. Y los míos son sólo dos retinas enamoradas del cielo.