Cojo el tren cada día para ir al trabajo. Me gusta. Es
cómodo, me permite tener tiempo para leer, o simplemente mirar y admirar el
paisaje.
Somos casi siempre la misma gente. Ya nos conocemos.
Sabemos quién se sube en cada sitio aunque no sepamos de dónde viene y a dónde
va. Nos damos los buenos días y nos observamos de reojo. Somos gente
desconocida que cada día compartimos algo. Todos parecen gente normal,
arrastrada por su rutina cotidiana. Como yo.
Me levanto, me ducho, recojo la habitación, me tomo mi primer café
escuchando las noticias y subo al tren. A veces se nota que alguien ha dormido
poco cuando se sienta en una butaca cualquiera y tiene ojeras y cara de
malhumor. O que tiene un día intenso cuando apenas se ha sentado y ya saca
papeles, aprovechando cada minuto como si fuera a perder tiempo en el trayecto.
Pero seguro que todos guardan sus historias como tesoros; historias interesantes
o aburridas; normales o extraordinarias, escondidas en su mente y en su
corazón. Como yo.
Hoy es un jueves normal, como tantos otros. Y me he
levantado como todos y como todos me he duchado, recogido la habitación, tomado
mi primer café oyendo las noticias. Y me he subido al tren. Mis compañeros de
viaje me han dado los buenos días sin saber lo especial que es este jueves.
Ellos no lo saben y no lo notan como yo no se si hoy es un jueves especial para
ellos. Si guardan en su mente y en su corazón unas palabras que se repiten y
martillean a escondidas. Parecemos como
cada jueves o cada martes....Parecemos normales, arrastrados por la
rutina.....Pero no. Podemos esconder algo extraordinario que ocupa todo el
pensamiento.
Te quiero.
Repetido una y otra vez como se ha dicho, oído, sentido, durante miles de años por millones de personas. Pero este era para mí.
Inesperado, súbito, loco.
Te quiero
Pero ¿por qué ahora?. Ahora ya no esperaba nada; incluso
no deseaba nada. Todo había pasado y estaba ahí, en el pasado. Ya no había en
el presente ningún rincón que aspirara a él. No era resignación; ni tan
siquiera aceptación. Era, simplemente, pasado.
Y aparecía ahora, de repente, cuando ya los días
amanecían sin esperarle. Había dado un salto hasta aquí para seguir vivo de
nuevo como si no hubieran pasado los años, los suspiros, los deseos.
Nadie en el tren lo sabía. Leyendo, hablando, pensando a
través de la ventana. Y no lo sabían. No sabían que yo, este jueves, respiraba
un aire distinto, miraba un paisaje distinto, latía un corazón distinto.