Maestra, especialidad, Economía.
Médico, especialidad, Economía. Fontanero, especialidad, Economía. Panadera,
especialidad, Economía. Pensionista, especialidad, Economía.
Todos nos estamos convirtiendo en especialistas en
economía, aunque sea para decir que nada es lo que parece ni se puede entender.
¿Quién no está hoy en día pendiente de la prima de riesgo país, del interés de
los bonos a diez años o del balance de las cuentas de los bancos?. Pero no
estoy segura de que sea saludable. Cuando estas cuestiones no formaban parte de
nuestro día a día ni siquiera muchos de nosotros sabíamos de su existencia
vivíamos en una ignorancia feliz. No había
“puntos básicos” que afectaran a nuestro bolsillo ni nos obligaran a vivir
en un continuo susto. ¡Ay, qué tiempos aquellos!.
Sin duda alguna los convulsos tiempos que estamos viviendo
exigirán un estudio detenido por parte de economistas, sociólogos e
historiadores. Y cuando lo veamos con suficiente distancia seguramente las
conclusiones sean algo diferentes de las que podemos extraer hoy, metidos de
lleno en el ojo del huracán.
Pero en principio hay cosas que no se dicen con claridad y
otras que dicen no están tan claras. No es sólo un juego de palabras.
Revisando los números fríos y objetivos podemos concluir varias
cosas:
·
La crisis se mostró evidente a partir de 2007: los
ingresos, que no habían dejado de crecer desde 1985 cayeron drásticamente a
partir de ese año con un leve repunte en 2010.
·
Esa caída de ingresos se debió básicamente al pinchazo
de la burbuja inmobiliaria que hasta entonces había llenado las arcas de
ayuntamientos, gobiernos regionales y Estado; y había sido la locomotora de
empresas relacionadas con la construcción (cocinas, baños, cerámicas, puertas,
muebles, transporte...). Los bancos concedía créditos a promotores, empresas y particulares sin ninguna traba.
·
La caída de la producción de esas empresas y de la
construcción abrió el grifo de los despidos y del paro. Por tanto también se
redujeron los ingresos por impuestos (IRPF, IVA e Impuesto de Sociedades) y se
incrementaron las cargas sociales por desempleo.
·
Esa caída de ingresos no se correspondió en el tiempo
con una reducción de los gastos que no empezaron a controlarse efectivamente
hasta 2009. Como consecuencia, comenzaron
a crecer el déficit y la deuda.
·
Esa deuda estaba en manos fundamentalmente extranjera
(57% de la deuda de la administración central).
·
La evolución negativa de los indicadores económicos de
España dañó la imagen y la confianza en el país. Por tanto comenzaron a subir
los intereses por adquisición de deuda española en la emisión y en los mercados
secundarios.
·
España partía de unos porcentajes de deuda/PIB (lo que
se debe respecto a la riqueza que se genera) menores que Europa: España cerró
2011 con un 68%; Alemania un 81%, Reino Unido un 85%. Pero en cambio pagamos
unos intereses mucho más altos.
·
La recesión se ha instalado en el país: aunque
reducimos los gastos, los ingresos siguen bajando y los intereses cada vez se
llevan mayor tajada. Por consiguiente el déficit (ingresos frente a gastos por
año) ha aumentado.
A todo eso hay que unir, cómo no, la situación de los bancos que llegados a esta situación se cargaron de viviendas, solares, promociones enteras con un valor muy por debajo de los créditos concedidos. ¿La solución?. Manipular los datos y los balances que ha tenido por resultado los agujeros, más bien boquetes que hoy tenemos que pagar todos.
Este es, “grosso modo”, de andar por casa, un análisis de
la situación. Pero la cuestión nuclear del asunto es cómo salir de este círculo
vicioso.
Todos los esfuerzos – y son muchos, casi insoportables- no
parecen dar resultados ni a corto ni a medio plazo. La austeridad como receta
puede ser necesaria pero sin duda no suficiente. Porque España necesita de
forma inaplazable crear empleo; y no se crea empleo hasta que se crece al menos
al 2%. Hoy por hoy crecer no está en el horizonte. La inversión pública no
existe (la lucha con el déficit la ha aniquilado) y la inversión privada es
imposible por la falta de confianza y de crédito.
En tal situación creo que alguien, ya no sé si en Madrid,
en Bruselas, en Francfort, en Berlín o en la misma Marte debiera pensar que si
estamos vinculados por Europa en el euro lo estamos para lo bueno y para lo
malo. Y que ir a peor en un país como España tampoco puede ser bueno para el
resto de socios. Alguien en algún lugar del orbe debe pensar que no es
razonable que para crear empleo deba destruirse; que para fomentar el consumo
se deje a la gente sin recursos; que para tener capacidad de pago se genere
cada día menos riqueza.
Igual es que yo no soy especialista en economía. Pero todo
esto visto a la altura de la calle merece al menos una repensada. Antes de que
sea demasiado tarde.